Entrada revisada y corregida el 09/03/2012
En los primeros días de esta misma semana iniciamos un interesante intercambio entre Wilbert Tapia, administrador del grupo Didáctica de la filosofía, y yo mismo, a propósito de la anterior entrada de este blog, Profesor novel (I).
Me permito reproducir las observaciones de Wilbert y mis respuestas. Terminaré esta entrada con una reflexión sobre la cuestión de las diferentes cualidades que debería tener un docente de filosofía, y la importancia que le otorgamos a cada una de ellas.
Wilbert (lunes 25/1):
Hola Alejandro,
Buen aporte sobre el tema de las características del profesor de filosofía. Se dice entonces que existen cualidades didácticas y emocionales. En las primeras se encuentran su “claridad en las explicaciones, horizontalidad del discurso (“de tú a tú”) y promoción de las ideas de los alumnos”. Las cualidades emocionales hacen referencia al dinamismo, empatía y capacidad de motivación del profesor.
Lo que me despierta dudas es la conclusión a la que llegas, ¿por qué la motivación es más importante que el dominio de los temas o la planificación adecuada de la clase?, me parece que ambos tipos de cualidad serían igual de importantes.
Saludos
WilbertAlejandro (martes 26):
Hola Wilbert. Creo que el dominio de la materia o la planificación de la asignatura son importantes, y efectivamente pueden redundar en la calidad del trabajo. Sin embargo, sigo pensando que la cuestión de la motivación es fundamental. Un poco en la línea de lo que dice Rancière en El maestro ignorante. O en la idea de que más que la transmisión lo importante es la capacidad de generar condiciones para que el alumno aprenda y, sobre todo, tenga ganas de aprender. Creo que la excesiva importancia que se le ha dado hasta ahora a los contenidos y a las planificaciones, fortaleció didácticas transmisivas o académicas. Se trataría de entender la función del profesor más como posibilitador que como transmisor. De todas formas, según mi experiencia personal, siempre he disfrutado de los profes que sabían mucho.
Un abrazo.
AlejandroWilbert (miércoles 26/1)
Hola,
Coincidimos entonces en que el profesor de filosofía debe tener las cualidades didácticas y emocionales, diferimos en el grado de importancia que se les da a ellas. Estoy de acuerdo en la crítica a las didácticas transmisivas, pero creo que las didácticas participativas y el profesor entendido como posibilitador son compatibles con el desarrollo de contenidos y planificaciones.
Se observa también casos de profesores que son muy buenos motivadores, pero que no responden con el mismo nivel al momento de tratar los contenidos.
Saludos
Wilbert …
Estoy totalmente de acuerdo en la importancia que el conocimiento de los contenidos y las programaciones de clase pueden tener para que un docente sea buen profesor de filosofía, y en realidad de cualquier otra asignatura. Aunque deba reconocer que, el hecho de estar sumergido en un sistema que tradicionalmente le ha dado prioridad a la adquisición de contenidos teóricos y a su transmisión académica, y que las sucesivas reformas educativas (al menos en España) se hayan centrado en el desarrollo de programaciones y en la definición de objetivos (ahora reciclados como “competencias”), me haya inclinado a una suerte de “discriminación positiva” respecto de los aspectos motivacionales de la docencia. No obstante, reconozco también que un docente bien formado en su materia tiene, incluso en los aspectos motivacionales, muchos más recursos que aquel que carezca de esta formación.
El subrayado que hice de aquellas cualidades propuestas por mis ex alumnos, Daniel y Xavier, ha respondido a una inquietud, cada vez más compartida, por revisar las posiciones del profesor/a y del alumno/a respectivamente, y de las formas alternativas de relación que se pueden construir entre ambos.
La idea de un docente posibilitador estaría ligada a nuevas concepciones de los aprendizajes. Concepciones que tienden a reconocer cada vez más la autonomía de los alumnos, su capacidad para acceder a una mayor cantidad de fuentes de conocimientos, las cuales, además, no se encuentran exclusivamente en la institución escolar. A aceptar también que la información que los profesores podemos transmitir, además de ser limitada, se ve afectada por unas fechas de caducidad cada vez más próximas, dándose la curiosa circunstancia de que, en muchos campos, son los propios alumnos los que llegan a aventajarnos en su dominio.
A propósito de todo esto, recuerdo ahora unas notas que escribí hace un tiempo:
El profesor de filosofía debe buscar un difícil equilibrio entre una programación demasiado estricta y rigurosa que ahoga la creatividad, y una improvisación permanente que puede esterilizar el proceso. Sería como mirar al mismo tiempo cada ribera de un río desde su opuesta: desde la creatividad y el imprevisto se relativiza la importancia, por ejemplo, del resultado de un examen o el cumplimiento de una programación; desde la estructura formal de la asignatura se siente la seguridad del camino trazado, sin lo cual no sería posible tomarse la libertad de alejarse, de vivir la experiencia de disentir, y también de pensar en sus consecuencias. El profesor de filosofía se encuentra en la frontera entre, por un lado, las programaciones y los exámenes, y por el otro, las investigaciones, los descubrimientos y las narraciones vitales. Una es la filosofía que se aprende, la otra la filosofía que se vive. Ambas se oponen y a la vez se necesitan. El itinerario pre-establecido es condición de posibilidad para la experiencia vital y el imprevisto; asimismo, la creatividad y la sorpresa dan sentido al viaje, hacen que valga la pena su experiencia, lo cual es, además, aquello que finalmente permanece.
Ciertamente que el debate no es nuevo, y que seguirá abierto por mucho tiempo.
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